Super ace jili Relatos sobre el Delta – Che Roga http://www.islacheroga.com Reserva Natural Privada Sun, 06 May 2018 18:01:37 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.4.15 https://i0.wp.com/www.islacheroga.com/wp-content/uploads/2017/04/cropped-reserva-Natural-Cheriga.jpg?fit=32%2C32 Relatos sobre el Delta – Che Roga http://www.islacheroga.com 32 32 146404352 EL CAMINO DE LA MADERA http://www.islacheroga.com/el-camino-de-la-madera/ http://www.islacheroga.com/el-camino-de-la-madera/#respond Sun, 06 May 2018 18:01:37 +0000 http://www.islacheroga.com/?p=1148 La madera tiene su conversación y su precio, su edad y su medida, que condicionan la vida del hombre y hasta el tamaño de su canoa calculado en múltiplos de dos metros con veinte, que es el largo de un trozo.

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La madera tiene su conversación y su precio, su edad y su medida, que condicionan la vida del hombre y hasta el tamaño de su canoa calculado en múltiplos de dos metros con veinte, que es el largo de un trozo.

Una planta demora de diez a doce años para alcanzar el espesor que permita sacar de cada trozo un porcentaje de tablas de seis pulgadas. Durante ese largo crecimiento, el colono subsiste de cualquier modo, hasta que llega el momento del corte. Si el precio es favorable, realiza en un año la cosecha de diez: el desposeído se transforma en casi millonario. Cuando el mercado está en baja, puede aguantar dos o tres años hasta que los árboles empiezan a tumbarse solos. Entonces hay que cortar, aceptar lo que ofrezcan o dejar que la madera se pudra en la costa.

Hoy, nadie se queja del precio:
–Hay quintas excepcionales, que sacan hasta setecientos mil pesos por hectárea cortada –dice Juan Urionagüena.
Cerca de cincuenta aserraderos elaboran en la zona de Paranacito cajonería de álamo y sauce. Más de cuatrocientas chatas llevan a Tigre y San Fernando sus trojas repletas. La sierras cantean los trozos, las sinfín con rolo cortan las tablas, trabajando a veces día y noche: son, tal vez, los últimos esplendores de una industria que parece destinada a sucumbir ante la competencia de las cajas de cartón corrugado, liviano y barato.

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Lanchas de Madera vs Plasticas http://www.islacheroga.com/lanchas-de-madera-vs-plasticas/ http://www.islacheroga.com/lanchas-de-madera-vs-plasticas/#comments Sun, 06 May 2018 17:50:30 +0000 http://www.islacheroga.com/?p=1144 En la lancha descubierta, el frío de junio me había cegado a los colores. Después recordé haber visto esos tonos ocres y violetas de las casas, esa luz tierna del atardecer, esa oscuridad de las aguas en el brazo de La Tinta. Pero en Constanza hacía calor; la orilla opuesta se plegaba en terrazas que iban del celeste al gris, sobre la anchura impávida del Guazú.

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PAISAJES EN POLIESTER

En la lancha descubierta, el frío de junio me había cegado a los colores. Después recordé haber visto esos tonos ocres y violetas de las casas, esa luz tierna del atardecer, esa oscuridad de las aguas en el brazo de La Tinta. Pero en Constanza hacía calor; la orilla opuesta se plegaba en terrazas que iban del celeste al gris, sobre la anchura impávida del Guazú. «Es necesario llegar hasta aquí», recordé con Haroldo Conti, «para saber lo que es un río en esta parte del mundo». Olas de casi un metro nos han sacudido en el Bravo; hemos
visto los mimbreras del Seibo, los barcos amarillos de los pescadores en el Ñancay, las relingas brillando al sol, el gris de los álamos entretejido como un gobelino con el verde de las casuarinas, las copas rojas de los pinos calvos. Hemos oído de noche la marejada de los grandes paquetes, mientras los ríos del sueño prolongaban el Delta interminable. En octubre, noviembre, las casas quedarán nuevamente tapadas por el follaje y el perfume arrasador de las madreselvas llevará muy tierra adentro el mensaje de las islas sumergidas en la creciente de la luz.
Los sectarios callan, temiendo quizá el día en que ha de producirse la invasión. Un disparate heredado por los cronistas pretende que el Delta es visitado anualmente por tres millones de turistas. No hay nada de eso. Los dos millones de pasajes que expenden las empresas de lanchas colectivas corresponden a un millón de pasajeros en viajes de ida y vuelta: menos de la mitad son turistas.
El Delta fue descubierto y olvidado. Todos admiten que la década del veinte, hasta comienzos del treinta, fue la edad de oro de los grandes recreos. Bajo un espejo cromado que proclama las bondades de «Deltina, refresco de moda», Manuel Leverone recuerda en el Cruz Colorada aquellos años en que «lo mejor de Buenos Aires» acudía a cenar y bailar. Teresa Giudice, en El Tropezón, evoca con nostalgia los tiempos en que llegaban excursiones de hasta ochocientas personas. La decadencia se acentuó después del ’55: algunos la atribuyen al peronismo; otros, a su caída. Solamente Carlos Jahn, dueño de una acogedora pensión en el Martínez, se ha tomado la molestia de compilar estadísticas: las alzas y las bajas coinciden con los períodos de auge o de crisis económica.
–En 1945 –dice–, en esta zona de Paranacito había cuarenta pensiones con más de trescientas camas. Hoy no quedan ni diez, con menos de cien camas.
Las causas intrínsecas de la decadencia son claras: ni las autoridades ni los particulares hacen nada efectivo por el turismo. La desidia empieza por las guías que publican mapas anticuados, con recreos que no existen. Ejemplo: en Puerto Constanza figura como hotel un local ruinoso, carísimo y sin luz eléctrica. No figura una cómoda pensión en la orilla de enfrente.
El boom de las lanchas de plástico ha traído esperanzas. Jahn anota en su planilla cincuenta embarcaciones de ese tipo que llegaron a su establecimiento en los tres primeros meses de este año. –Se están fabricando alrededor de mil lanchas de poliéster al año –nos dice en San Fernando José Canestrari, propietario, con su hermano, de uno de los principales astilleros–. La industria tiene un crecimiento explosivo, sin límites previstos. Cuando llega la temporada, no hay fabricante que pueda hacer frente a la demanda: no damos abasto.
La perspectiva es quizá brillante. Para que se concrete será necesario que no ocurran episodios como éste: después de recorrer en menos de tres horas los 130 kilómetros que separan Tigre de Ibicuy, descubrimos que ni en el puerto habilitado para buques de ultramar ni en el cercano pueblo de Holt (5.000 habitantes) había una gota de nafta.

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Las Pruebas de la Marea http://www.islacheroga.com/las-pruebas-de-la-marea/ http://www.islacheroga.com/las-pruebas-de-la-marea/#respond Sun, 06 May 2018 16:56:44 +0000 http://www.islacheroga.com/?p=1139 La marca puede ser una argolla, una muesca en un poste, una raya hecha con lápiz. Es raro el isleño que no haya conmemorado de algún modo la altura que alcanzaron las aguas en 1959.

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La marca puede ser una argolla, una muesca en un poste, una raya hecha con lápiz. Es raro el isleño que no haya conmemorado de algún modo la altura que alcanzaron las aguas en 1959.
En marzo de ese año, el hidrómetro de Iguazú empezó a dar señales de alarma: el Paraná crecía. El 29 de abril alcanzaría una altura de 4,92 metros en el puerto de Rosario. Era una marca alta, aunque por sí sola no habría originado mayores dificultades. El 13 de abril, una fuerte sudestada empezó a embotellar en el Delta las aguas del Río de la Plata. Al día siguiente, el semáforo del Riachuelo señaló 3,78 metros sobre cero: una marea regular, superada el año anterior y, sobre todo, en 1940. La creciente y la marea juntas constituían, sin embargo, algo muy serio.

–Al oscurecer –recuerda José Aguinaga, del Carabelas–, el río estaba medio seco. A las dos de la madrugada había llegado a cuarenta centímetros de la puerta, cubriendo los pilotes. Escuchábamos mugir las vacas. A la mañana siguiente no las escuchamos más.

En ese momento empezó a crecer el río Uruguay. El 17 alcanzó una altura inigualada: 17,75 metros. La triple invasión de las aguas tapó durante meses centenares de miles de hectáreas. Los daños fueron enormes, pero diez años después puede afirmarse que la Gran Inundación demostró la irresistible vitalidad de la zona y fijó los límites de sus posibilidades futuras.
–El Paraná es un río manso –sostiene en Tigre Sandor Mikler, fundador del periódico Delta, que treinta y tres años después de su aparición anda por su número 850–. Las mayores crecientes no matan a nadie. No es justa la imagen desastrosa que le crean los periodistas porteños.
El agrimensor Raúl Donaq, miembro de la junta de gobierno de Paranacito, coincide con Mikler.
–La creciente del ’59 nos tomó de sorpresa: se llevó hasta el archivo. Pero a veces hace más daño la campaña periodística que la inundación. Así ocurrió en el ’66. La gente se asusta, disminuye el valor de las tierras, los precios de la hacienda se vienen al suelo.

Las inundaciones no son la única catástrofe natural que puede acechar al isleño. Las plantaciones de duraznos que hicieron famoso al Delta de principios de siglo casi han desaparecido, arrasados por sucesivas plagas de diaspis y bichos del duraznero. La escaldadura hizo otro tanto con los ciruelos, y una enfermedad desconocida diezmó manzanos, perales y membrillos. Hasta 1967 florecía la citricultura: en junio de ese año,
una helada terrible arrasó montes enteros. Las calamidades no siempre son meteorológicas.
–Yo tenía seiscientas plantas de limones –dice un productor– . Cuando vino la primera helada, le dije a mi señora: «¡Ojalá se sequen todas las plantas!». Al día siguiente salí a caminar: se acabaron los limones.
¡Mejor! Mejor porque yo me libré. Abandonarlos no, pero, si se secaban por mandato de Dios, ¡al diablo los limones!
–Hubo un tiempo en que todos plantábamos formio –explica Luis Corino en el Gutiérrez–. La importación de fibras tiró abajo los precios. Nadie planta más.

Autor: RODOLFO WALSH

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La verdadera cultura Isleña http://www.islacheroga.com/la-verdadera-cultura-islena/ http://www.islacheroga.com/la-verdadera-cultura-islena/#respond Mon, 25 Sep 2017 18:00:51 +0000 http://www.islacheroga.com/?p=812 La construcción realizada por los isleños, para sí mismos o para otros es un claro caso de adaptación perfecta del hombre al medio en el que vive, en este caso, […]

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La construcción realizada por los isleños, para sí mismos o para otros es un claro caso de adaptación perfecta del hombre al medio en el que vive, en este caso, el humedal inundable del delta del Paraná.

  1. El terreno

Naturalmente, el isleño elegía el terreno para construir su casa buscando el albardón natural más alto, para estar la mayor cantidad de días posibles libre del repunte.

El isleño adapta su rancho al medio, y no al revés. Quita la menor cantidad de plantas posibles, y construye el rancho en el lugar más alto. Siempre cerca de la costa. Para mejorar el drenaje del terreno puede hacer algunas zanjas, pero no impedirá la entrada del agua. Sólo puede hacerlo el pequeño y mediano productor forestal, haciendo algún ataja repunte que de ninguna manera impide el ingreso de la marea, sino que lo ayuda a regular un poco la entrada, pero que no modifica el funcionamiento del humedal.

  1. La Casa y los materiales.

En la isla no hay casos de derrumbes ni tragedias por desmoronamientos de viviendas, con excepción de las que se han caído por la erosión de las costas debido al excesivo tráfico fluvial de un tipo de turismo nocivo para la región, que no asume de ninguna manera el daño que provoca. El saber popular del islero lo ha llevado a construir viviendas seguras, con las sencillas comodidades que necesita: un espacio de cocina y para comer, un baño, y las habitaciones necesarias. Puede tener alguna galería para el fresco en el verano. La vida del isleño transcurre prácticamente afuera de la casa, por lo que la visión del mundo desde la que él construye su casa no es la misma con la que un arquitecto urbano puede diseñar sus proyectos, para una familia que vive puertas adentro en una ciudad o barrio privado.

Las casas isleñas eran originalmente de barro, sobre pilotes de madera, que con un buen mantenimiento, lograron excelentes resultados demostrando un reconocido valor arquitectónico, estético, térmico, y de gran calidad constructiva. Todavía se ven casas de más de 100 años por los arroyos.

También hay un uso muy difundido de la madera y la albañilería, con buenos resultados. Este tipo de construcción también se adapta muy bien al humedal, y no existen argumentos convincentes para alentar o desalentar uno u otro tipo de construcción. Sobre todo en la primera Sección, debido a la gran difusión de las casas de fin de semana, hay una gran cantidad de familias que viven del trabajo de los carpinteros, albañiles, fleteros, etc. Estos trabajadores han logrado una calidad constructiva poco común, y son consultados en reiteradas oportunidades por profesionales arquitectos que desconocen los pormenores de la construcción isleña.

  •     Las fachadas 

 

Las originales casas isleñas tienen una similitud bastante homogénea: la casa alargada sobre la costa, baja, con una galería al frente o perimetral, y un techo a dos o cuatro aguas.

Hace ya décadas, cuando comenzó el furor turístico en la primera sección, la gente de la ciudad construyó las casas de fin de semana dando su impronta estética personal e individual, lo que dio a las islas de Tigre ese toque heterogéneo y atractivo que expresa una diversidad enorme en lo cultural, lo social y lo estético, haciendo de la primera sección de islas el punto del partido de Tigre con mayor armonía en la diversidad, y el punto con menor fragmentación social y conflictividad.

Existe en otros lugares llamados “barrios privados”, una intención de homogeneizar la estética de las construcciones. Este es un concepto importado de los Estados Unidos que pretende limitar la espontaneidad personal, y el derecho de las personas a vivir en una casa que guarde el estilo que más le guste.

  1. La autoconstrucción y el trabajo para “afuera”.

En la isla existe una gran tradición de autoconstrucción. El isleño suele hacerse él mismo el rancho. En general sabe cómo hacerlo, y si no, pregunta a uno que sí lo sabe. El vecino ayuda dando consejos y explicaciones, prestando herramientas, o ayudando concretamente a construirlo. Así se logra que las casas guarden casi todas ellas los principios de construcción aplicables al humedal: alturas, dimensiones de las columnas, zapatas, vigas, distribución de pesos, etc.

El isleño que es constructor, es un trabajador múltiple e independiente, sin patrones,  que trata con el cliente, hace los diseños, los presupuestos, garantiza la logística de materiales, y lleva a cabo el trabajo en el lugar todos los días. Puede contratar por un jornal a otro isleño vecino que lo ayudará a realizar la obra, y que irá aprendiendo además el oficio de construir en la isla, saber que sólo se aprende bien de esa forma.

  1. Tratamiento de aguas residuales (sistema de humedal artificial) 

 

Es indispensable colocar cámara séptica para que los sólidos y no tapen el sistema. De ahí pasamos al humedal artificial, que no es otra cosa que una gran maceta donde se encuentran las plantas. Éstas pueden ser juncos, totoras, lirios, y cualquier planta adaptada a la inundación permanente de agua. Se calcula una superficie de 3 Mts 2 aproximadamente por persona habitante de la casa. Es necesario que le de el sol la mayor cantidad de tiempo posible ya que así la actividad de las plantas es mayor generando un tratamiento más eficiente.

      Es importante generar el albardón que puede ser hecho con tierra para abaratar costos. El fondo debe tener pendiente de 2 centímetros por metro hacia la salida y su función es generar una contención para la arena que usaremos como sustrato para las plantas, así como para evitar cualquier pequeña marea dentro del mismo. Antes de colocar la arena es importante colocar una manta de plástico de suficiente espesor para evitar que parte del efluente contaminado se filtre hacia el suelo contaminándolo.

      Sobre el plástico cubrimos con arena un espesor de 60 centímetros, salvo en el sector del caño de salida, donde debemos colocar piedra partida como se ve en los gráficos.

      La última parte es la caja de inspección y nivel. Es necesario hacerla de ladrillo y revocarla en el interior. Su función es regular el nivel del agua en el humedal o inspeccionar el agua del tratamiento.

  1. El agua  

La manera tradicional del isleño para el uso del agua era la de sacar directamente el agua del río, y filtrarla con una vasija de barro.

La contaminación de los arroyos más cercanos al continente, víctimas del descontrol total en la industria y las fiscalizaciones que el Estado debería realizar, es cada vez más preocupante. El isleño ve cómo de afuera le contaminan el agua que usaba para tomar, cocinar, bañarse, lavar, regar sus cultivos, y de la que sacaba parte de su dieta.

La mayoría de las viviendas actuales toman el agua del arroyo con un bombeador eléctrico, que la lleva a un tanque cisterna. Allí se le pone sulfato de aluminio -un producto decantador-, y un poco de lavandina. El agua decantada se sube a otro tanque en altura mediante un bombeador, que es el que le da presión de agua al interior de la casa. No existe red de agua potable a la cual conectarse en la isla.

El agua para consumo se toma de zinguerías colocadas en los techos para capturar el agua de lluvia en tambores, se busca en continente de la red de agua en bidones, o se compra agua embotellada a precios carísimos.

  1. El gas 

 

No existe red de gas natural en la isla. Las viviendas funcionan con una garrafa, y una manguerita que conecta los artefactos como cocinas o calefones. No se conocen casos de accidentes o tragedias que lamentar.

También existe una gran reserva en el delta de gas metano, el “gas de los pantanos”, recurso que si fuera desarrollado y alentado por el Estado o por otro tipo de institución sería la solución ideal para la población isleña. Hasta ahora existen sólo casos individuales y aislados de isleños que tengan en sus casas este sistema.

  1. La electricidad

La isla es “electrodependiente”. La empresa EDENOR tiene abandonado por completo el territorio isleño y no cuenta con la infraestructura necesaria para abastecer a la población sobre todo en invierno, cuando los isleños enchufan las estufas para calefaccionar sus hogares. También, ha ocurrido que el auge turístico con una mirada urbana, ha promovido un tipo de alojamiento de “confort” igual al de la ciudad, por lo que la instalación de artefactos de frío-calor, de altísimo consumo, hace que los fines de semana largo en invierno o en temporada de verano, se sufran reiterados cortes por colapso de la red instalada.

  1. Camino en la costa sin pasarelas turísticas.

El delta es muy variado. Existen zonas de mayor población, donde los vecinos deben caminar por el frente de las casas hasta llegar a los muelles públicos, y otras zonas más despobladas donde la gente no camina, sino que sale de su casa hasta su muelle, para subir a su embarcación o tomar la lancha colectiva.

A la hora de pensar este camino, debe tenerse en el centro al isleño. En las zonas pobladas, de mayor tránsito a pie, debería someterse a la decisión democrática del barrio la de hacer o no una cinta de cemento, de gran ayuda para las personas mayores, con movilidad reducida, madres con niños que van hacia las escuelas o centros de salud, u otros.

En las zonas despobladas donde no se camina, es absolutamente innecesario, sino perjudicial, hacer cualquier tipo de camino, excepto los cruces de zanjones.

Debe desalentarse completamente el tránsito a pie del turismo masivo, que invade la intimidad del isleño, la tranquilidad y la higiene. No deben hacerse pasarelas o caminos con fines meramente turísticos, ya que la transformación total de la tranquilidad e intimidad del paisano isleño se vería invadida por completo, arruinando uno de los pilares del “modo de vida isleño”.

  1. Iluminación  

Es sabido que la excesiva iluminación perjudica a la fauna nocturna, y a la navegación. No debe haber iluminación pública, excepto quizás, y también podría someterse a la decisión de la gente de cada arroyo o barrio, en algún puente o pasarela que implique algún riesgo. Pero no más. En los muelles particulares, con una simple bombita de muy bajo consumo e intensidad, para “marcar” la posición del muelle y evitar algún accidente basta. No debe haber reflectores ni iluminadores de alta intensidad.

Fuente

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El gas de los pantanos, usado por los antiguos http://www.islacheroga.com/el-gas-de-los-pantanos-usado-por-los-antiguos/ http://www.islacheroga.com/el-gas-de-los-pantanos-usado-por-los-antiguos/#comments Mon, 25 Sep 2017 17:39:32 +0000 http://www.islacheroga.com/?p=805 El gas de los pantanos es la forma más eficiente, natural y ecológica de iluminar y cocinar, solo unos pocos pobladores de las islas aun conserva esa tradición. Atir Broggia  […]

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El gas de los pantanos es la forma más eficiente, natural y ecológica de iluminar y cocinar, solo unos pocos pobladores de las islas aun conserva esa tradición.

Atir Broggia  es uno de los que mantienen vigente una tradición isleña de añares. Extrae gas subterráneo a través de un sistema artesanal mediante la conexión de caños de gas. La comida y el mate se cuecen a fuego lento.

Atir Broggia, de él se trata, es tercera generación de isleños.  Broggia vive en el arroyo Pacífico, en el delta de San Fernando; apenitas cruzando el Paraná de las Palmas y desde siempre usa el metano  acumulado de las entrañas de su tierra. Se lo conoce como “Gas de los pantanos”.

El viaje hasta lo de Broggia dura más de una hora en lancha colectivo. Ni bien se cruza el Paraná hay que bajar en el primer muelle que se lo conoce justamente con el apellido de Atir. Luego, sí viene la navegación por el arroyo Pacífico hasta la casa de este hombre que luce un impecable pelo blanco. Atir va muy poco al continente, “una vez por mes a cobrar la jubilación”. Y a veces a visitar a su hermano “pero nada más”, aclara. “Viví toda la vida acá, hago mis dulces, en algún momento planté mimbre y se los proveía a artesanos del Delta. También recuerdo cuando había más población y a veces nos juntábamos varios para hacer un partido de fútbol”, escarba en su memoria. La memoria de Atir tiene 85 años.

Invita a bajar en el precario muelle de su casa. El pulóver, en esta media tarde donde el sol ya deja de verse pleno, delata el frío que hará en apenas minutos. Del bote un salto al muelle. ¡Pero cuidado! Las maderas crujen al impacto y la estructura tambalea. En un juego de rayuela se evitan los agujeros en los peldaños. Olor a hojas resecas que se queman en alguna salamandra cercana. No es momento de distracción: una pisada imprecisa puede ser un chapuzón inesperado. Sin mediar protocolos, pero con cortesía, Atir da la bienvenida y extiende el brazo para indicar el camino hacia dónde se encuentra el motivo de la visita.  Mientras que camina hasta el frondoso e interminable fondo adelanta como es que extrae el  gas de los pantanos: “Mediante un sistema de tubos que se encastran y que se van enterrando bajo tierra se llega hasta donde se acumula el gas; la idea es ir testeando con un encendedor cuando por el tubito sale gas. En ese momento quiere decir que estamos frente a una gran garrafa natural”, apunta. Una vez encontrado el reservorio natural, una manguera es conectada al tubo y de ahí a un tanque de agua que se usa como lugar de almacenamiento. Este tanque de agua está metido en un gran recipiente con agua alrededor para evitar que el gas se escape. Y desde ese tanque, mediante un sistema de llaves, se habilita la apertura del circuito para que el gas llegue a la hornalla. El mate y la comida se calientan con gas de los pantanos. La casa, en cambio, se hornea con gas de garrafas. Atir siempre tiene una garrafa a mano, aunque jura que “en verano casi no las uso porque con lo que saco yo alcanza para lo que necesito”, 

La noche se coló sin permiso y el frío atiza el cuerpo. Es apenas marzo. “¿Mate?, pregunta sabiendo la respuesta. Sin esperarla apura el paso lento hacia la cocina. La pava al costado de la hornalla ya está preparada para verter el agua. El mantel a cuadrillé naranja y negro, tipo pollera de estudiante, está prolijamente limpio y estirado para la ocasión. Vuelca el agua y en ese trayecto el líquido humea. La llamita que la mantuvo a temperatura es de un azul intenso. Es el color perfecto para saber que el gas y las instalaciones están bien.

La cocina en planta baja. A las habitaciones se llega subiendo unas escaleras de concreto. La heladera, en la cocina, arriba de unos tacos de madera por las inundaciones. Atir convida con pan y dulce casero de ciruela. Y cuenta: “Antes era una práctica muy usual en el Delta sacar gas Metano, solo que en aquel entonces se lo encontraba a sólo cinco metros de profundidad. Hoy, en cambio hay que buscarlo 20 metros bajo tierra”, remarca Broggia. Es que al igual que ocurre a gran escala, sucede lo mismo en el terreno de Broggia: las reservas se agotan y es necesario buscar el gas butano cada vez más en las entrañas de la tierra. 

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