EL CAMINO DE LA MADERA

La madera tiene su conversación y su precio, su edad y su medida, que condicionan la vida del hombre y hasta el tamaño de su canoa calculado en múltiplos de dos metros con veinte, que es el largo de un trozo.

Una planta demora de diez a doce años para alcanzar el espesor que permita sacar de cada trozo un porcentaje de tablas de seis pulgadas. Durante ese largo crecimiento, el colono subsiste de cualquier modo, hasta que llega el momento del corte. Si el precio es favorable, realiza en un año la cosecha de diez: el desposeído se transforma en casi millonario. Cuando el mercado está en baja, puede aguantar dos o tres años hasta que los árboles empiezan a tumbarse solos. Entonces hay que cortar, aceptar lo que ofrezcan o dejar que la madera se pudra en la costa.

Hoy, nadie se queja del precio:
–Hay quintas excepcionales, que sacan hasta setecientos mil pesos por hectárea cortada –dice Juan Urionagüena.
Cerca de cincuenta aserraderos elaboran en la zona de Paranacito cajonería de álamo y sauce. Más de cuatrocientas chatas llevan a Tigre y San Fernando sus trojas repletas. La sierras cantean los trozos, las sinfín con rolo cortan las tablas, trabajando a veces día y noche: son, tal vez, los últimos esplendores de una industria que parece destinada a sucumbir ante la competencia de las cajas de cartón corrugado, liviano y barato.

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